martes, 20 de diciembre de 2016

Podía.




Podía desplegar sus blancas alas y volar lejos de allí.
Podía huir de tanta maldad, tanto dolor y tanto, tanto odio.
Podía mirar hacia otro lado e ignorar el sufrimiento del pequeño y vulnerable planeta Tierra.
Podía olvidarse de los humanos y reunirse con sus hermanos más allá de las nubes.
Podía pero no lo hacía.
Amaba demasiado a esos pobres seres (a veces tan inhumanos).


Tocar el cielo con las manos.





Casi, casi podía tocar el cielo.
Alargó la mano y rozó una punta.
El Fénix desplegó sus grandes alas.
Él le pidió que volara. Que lo llevase más allá de las nubes.
-¿Por qué quieres subir más? ¡Ya estás muy alto! -¡¡No!! Quiero tocarlo. Quiero que el cielo me envuelva.
-¿Y cómo sabes que no lo estás tocando? ¿Dónde empieza el cielo?
Tu déjate llevar. Cierra los ojos. Siente el viento... Y sueña.




Un día más.


Un día más y un día menos.
Un día más que me levanto y sigo igual que ayer, pensando en una nueva historia, un nuevo relato, una aventura no vivida y no siempre deseada.
Un día más y nada. Vacío. Ecos. Solo polvo suspendido en el aire.
Un nuevo amanecer como el de ayer, tal vez más frío...frío como lo está mi cerebro.
Será el trabajo intenso de estos días?
Será que las musas se tomaron unas (merecidas) vacaciones?
Será la falta de sueño?
Será que mi poco talento lo he agotado con el trabajo de mis manos?
Seré yo, que he consumido todos mis recursos creativos inventando (o como se dice ahora: reinventando) nuevas viandas?
Será que quiero contar tanto que no cuento nada?
Será que este es el fin?
...
Y mientras tanto Tiziano me susurra al oído "Arriverà la fine, ma non sarà la fine..."


El amor es una cosa simple.


Como decía la canción: "La cara vista es un anuncio de Signal..." y la cara oculta es un corazón roto en mil pedazos, como los de un vaso de cristal, que ni las tiritas podrán pegar.
Quiere dejar escrito su último deseo, pero ni eso puede hacer.
Todo a su alrededor está roto.
La música en sus oídos le rompen poco a poco los tímpanos.
Las gotas de lluvia se rompen contra el cristal.
Los días se rompen cada segundo que pasa.
Y solo le queda suplicar al cielo un pegamento, una cinta adhesiva...un sacapuntas que, aunque lo haga más pequeño, le devuelva la vida, o las ganas de vivir...
.
Y mientras tanto Tiziano Ferro le susurra al oído "L'amore è una cosa semplice..."


Cuantas historias.


¿Cuantas historias vivimos a lo largo de nuestras vidas?
La nuestra, que seguro cambiarías.
La de un familiar o un amigo.
La del protagonista de tu serie preferida, que tal vez incluso envidias.
Y la de ese personaje, puede que no muy importante, que un día salió de la mente de un escritor y que tu al leerlo lo haces tuyo, te identificas, le coges cariño e incluso lo echas de menos cuando el libro a llegado a su fin.
Son estas, las historias de los personajes de los libros las que más me gustan. Y a veces quieren salir.


Había llegado el otoño



Siempre lo hacía cuando estaba nervioso. Movía el pie compulsivamente, se mordía el labio inferior, o se destrozaba las uñas.
Ella lo sabía. Llevaban tantos años juntos, toda una vida, que ya sabía como estaba antes de que él se lo dijera. No podía ocultarle nada.
Cuando ella le preguntó cómo estaba, él le respondió que bien, sabiendo de antemano que no le creería. En realidad estaba deseando que se lo preguntase para poder atajar ya la situación.
Realmente nada los ataba. No había ni una ley, ni papeles, ni firmas que los uniera de por vida. No habían hijos. No había perro, ni casa ni coche compartido. Solo la palabra dada. Y él quería romperla.
Necesitaba borrar esa promesa dada entre sábanas, sudor y gemidos.
Cuando la conversación terminó, ella se quedó callada. No sabía que decir. No estaba preparada para esto.
Él , despojado de una mochila cargada, siguió mordiéndose el labio, esperando.
Ella, poco a poco se fue dando cuenta de la situación, que lo que creía que era un perenne amor en realidad era caduco, y que el otoño había llegado a su vida.