Ella lo sabía. Llevaban tantos años juntos, toda una vida, que ya sabía como estaba antes de que él se lo dijera. No podía ocultarle nada.
Cuando ella le preguntó cómo estaba, él le respondió que bien, sabiendo de antemano que no le creería. En realidad estaba deseando que se lo preguntase para poder atajar ya la situación.
Realmente nada los ataba. No había ni una ley, ni papeles, ni firmas que los uniera de por vida. No habían hijos. No había perro, ni casa ni coche compartido. Solo la palabra dada. Y él quería romperla.
Necesitaba borrar esa promesa dada entre sábanas, sudor y gemidos.
Cuando la conversación terminó, ella se quedó callada. No sabía que decir. No estaba preparada para esto.
Él , despojado de una mochila cargada, siguió mordiéndose el labio, esperando.
Ella, poco a poco se fue dando cuenta de la situación, que lo que creía que era un perenne amor en realidad era caduco, y que el otoño había llegado a su vida.
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