Tantas
historias, tantos lugares y personajes que desean salir de mi cabeza
pero que no pueden porque se empujan los unos a los otros. Y cuando
logran salir, recorren mi brazo hasta llegar a la mano. El camino se
hace cada vez más estrecho. Llegan a mis dedos ya casi en fila
india. Y ya al final de la etapa, la más difícil, la mas estrecha,
en la punta del lápiz, se forma un tapón y la mina queda suspendida
en el aire a poquísimos milímetros de la hoja en blanco. Y en
cuenta gotas, como si fuera tinta de una pluma y no un portaminas,
escribo las palabras que mi mente expulsó. Palabras que escribo a
lápiz porque antes de que se den cuenta que están vivas, las
cancelo con mi goma de borrar. Y vuelvo a empezar.
A
veces, la inspiración no se deja caer entre mis dedos amarrados al
lápiz, o simplemente la inspiración está muerta. Tal vez, la
inspiración juega con nosotros, y se regocija viendo nuestra
desesperación delante a una hoja en blanco, y un montón de pelotas
de papel llenas de palabras sin sentido.
Maldita
Inspiración!!!
Ojalá
tuviera un desfibrilador para hacerte revivir.
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