Parecía un sueño. No paraba de pellizcarse para asegurarse de
que estaba
despierto.
El
día era perfecto. Los invitados expectantes. El esmoquin le
quedaba
como un pincel.
Y
llegó ella. Estaba más hermosa que nunca. Su pelo sedoso. Su
sonrisa que lo iluminaba todo. Una larga cola tras ella sostenida
por
unos niños que parecían ángeles. La gente aplaudiendo...
Y
la guinda para el momento final de la ceremonia, el coche. Un
Roll
Royce. Su preferido.
Todo
perfecto como en un sueño. Se volvió a pellizcar y cuando
se miró
la mano vio que tenía sangre. Su sangre.
Su
sueño se había convertido en pesadilla.
Se
había torturado el brazo de tal forma que había llegado a
lacerarse
la piel.
Y
con cada jirón de su piel se desprendía una parte de sus
sueño.
Una parte de él.
Su
verdadera tortura acababa de empezar en el momento en
que salieron de
la iglesia y una lluvia de arroz y pétalos de
rosas los envolvió.
¡No
debería haber ido! ¡¡No debería haber ido!! Se repetía,
escondido tras un árbol, viéndola a ella tan hermosa, tan
radiante,
cogida del brazo de su marido.
No,
no debería haber ido.
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