martes, 7 de junio de 2016

LA PUERTA A OTRO MUNDO



Cada día tenía que hacerlo.
Era su obligación. Su responsabilidad.
Y cada día lo hacía.
Pasaba del mundo oscuro y lluvioso al mundo de la luz y el sol.
Era como atravesar la frontera entre la fría noche y el apacible día.
Y lo hacía.
Pero cada vez que pasaba en vez de disfrutar el momento y 

las horas en el mundo de la luz, se entristecía pensando que 

pronto debería hacer el trayecto de vuelta hacia la oscuridad.
Y eso no le gustaba. Pero debía hacerlo. Porque allí, en la fría 

noche, estaban los suyos, presos, rehenes en las tinieblas. Y 

sabía que si un día no regresaba se le cerrarían las puertas 

para siempre. Y quedaría atrapado en la luz, el sol, la 

alegría... pero solo.

Así que al acabar su jornada volvía a la fría noche, lluviosa y 

oscura, contento de volver con los suyos. Sabiendo que 

mañana tendría de nuevo un día radiante.

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